miércoles, 21 de mayo de 2008

Por fin internet en Carrión de los Condes


He encontrado albergue en un convento de encantadoras monjitas que para mi sorpresa y la de viandantes, no solo son acogedoras sino que tienen de todo. !Hasta internet a precio normal!.

Haré un resumen de los dias que he faltado desde Belanvistia hasta ahora que espero no aburra a las piedras.

Decíamos ayer:

Me encanta esa frase y la tenía que colocar.

Salí del albergue brasileño hacia montes de Oca con buen tranco y menos molestias. Cielo amenazante que cumple su promesa inexorable al llegar al principio de la cuesta. Emprendo la subida en cuanto amaina con la esperanza de llegar a San Juan de Ortega sin agua. Paro en la fuente de Pan Mojado a descansar y refrescarme con su chorro contínuo y generoso, mientras disfruto de las mejores vistas de la sierra de La Demanda. Una delicia!.Y me vuelvo a sorprender de la estulticia bárbara: ninguno de los que van pasando a mi lado y que oyen la llamada musical del agua, se detiene. No se fian porque creen que sólo se puede beber el agua del supermercado. Peor para ellos!. Y pasan y pasan a velocidades de marathon cuesta arriba, miran con desprecio y la mayoría ni saluda.. La subida termina en una pista forestal larguísima hasta San Juan. Unos niñatos en quads burlándose a toda velocidad de los peregrinos a los que hacen saltar a los sembrados sin miramientos me hace llamar a la Guardia Civil, que ya en San Juan aparece en su patrulla solícita y eficiente. Gracias por velar en los caminos indefensos. Gracias.

San Juan de Ortega, cuya iglesia es una preciosidad románica en la que sucede, en los solsticios de verano e invierno, un hecho que se tiene por milagroso y ha pasado a formar parte de otra leyenda más del camino. En esos dias, y sólo en esos, un rayo de sol entra por una de las ventanas del coro y avanza por los muros hasta que ilumina centrada y perfectamente un capitel, el llamado de la Anunciación..

Mi intención es dormir en Atapuerca hacia donde parto alentado por los pocos kilómetros que me quedan, siete más o menos, pero una espectacular tormenta me obliga a refugiarme en Ages, en un bar que se llama El Alquimista, donde apetece entrar pues tiene buen ambiente y suena jazz. Lástima! está atendido por un alemán políglota y mal encarado que hace de la promesa un mal resultado y tal como le digo a él, prefiero mojarme que seguir viéndole la cara. Espero que cuando vuelva por allí, lo atienda una persona de mejor carácter y menos sentencias tópicas.

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